Archivo de agosto, 2022

DAMNATIO MEMORIAE

Posted in Uncategorized on agosto 30, 2022 by vitamilitiaest

                                  DAMNATIO MEMORIAE

    En la Antigua Roma se condenaba al más completo ostracismo al recuerdo de cualquier ciudadano romano considerado como enemigo del Estado por sus accionares contrarios a los intereses del mismo o a los principios de la ética romana. Práctica que incluso se trasladó a la memoria de determinados emperadores romanos que, tras su fallecimiento, eran considerados, por el Senado, como merecedores de la más absoluta reprobación. Cualquier inscripción, monumento, estatua o alusión de todo tipo que conllevara a su recuerdo era eliminada en lo que se estableció como la damnatio memoriae (condena de la memoria). Su mismo nombre debía de desaparecer por completo, figurase allá donde figurase, en lo que se conoció como la abolitio nominis (que también establecía la prohibición de que el nombre del condenado pasara a sus descendientes). (1)

     Si en la Antigua Roma estas decisiones eran tomadas, generalmente, en nombre de la salvaguarda de principios elevados, de los altos intereses del Estado y del bien común nos encontramos, por el contrario, conque nuestra España ha sido, y es, uno de los entes políticos en cuyo seno ha ocurrido algo similar de forma más paradigmática, y encima, en más de una ocasión, pero, hete aquí, en interés totalmente opuesto al que, normalmente, aconteció en la antigüedad romana. Es así que algunas de las más excelsas páginas de nuestra historia han sufrido, y siguen sufriendo, en el mejor de los casos, la damnatio historiae y la abolitio nominis y, en el peor, la más burda y mendaz falsificación, tergiversación y manipulación históricas.

     Corría el siglo XVII y la monarquía hispana se hallaba enfrascada en la defensa de la catolicidad. Ya desde el siglo XVI se había configurado como la portaestandarte de la misma. Sus frentes eran múltiples y no se escatimaban esfuerzos en ninguno de ellos. Se luchaba contra el enemigo musulmán, fuese el berberisco o fuera el turco, se lidiaba contra la herejía protestante -allá en tierras germanas contra los príncipes protestantes, en Flandes contra las huestes de Guillermo de Orange o en tierra y mar contra la anglicana Inglaterra de Isabel I- y hombres esforzados se dejaban hasta su último aliento en pos de la conversión al catolicismo del vasto continente americano. Y es que el Imperio español se conformó tal como Menéndez Pelayo definió en su Historia de los heterodoxos españoles: «España evangelizadora de la mitad del orbe; España martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio…; esta es nuestra grandeza y nuestra unidad. No tenemos otra».

     Pues bien, volvamos al s. XVII y encontremos de nuevo a nuestra España combatiendo con denuedo al protestante en la “Guerra de los Treinta Años”. Pero no sólo al protestante también al traidor francés, pues la “católica” Francia cuando no se alió con el turco para derrotar a España lo hizo con el protestante con la misma intención. La Francia del absolutista Luis XIV se afana no sólo en combatir en los campos de batalla contra España sino también en el terreno de la propaganda. No escatima, esfuerzos, pues, en espolear la Leyenda Negra antiespañola (2) y en verter todo tipo de vituperios y falsedades contra la monarquía de los Habsburgos que regía los destinos de España desde que el futuro emperador Carlos se sentara en el trono de nuestro país en 1.516.

     Nos vamos acercando a los estertores del s. XVII y nuestro rey Carlos II ve como su vida se va acortando sin haber podido tener descendencia para el trono.  Luis XIV (el Rey Sol) envía un nuevo embajador a Madrid con el objeto de que entre la corte y la alta nobleza se imponga la idea de que el mejor sucesor de Carlos II sería Felipe d’Anjou, nieto del citado Rey Sol. El embajador elegido será el marqués de Hartcourt, que cumplirá su cometido con suma eficacia y acabará consiguiendo que, tras idas y venidas, Carlos II designe como sucesor al trono hispano al borbón Felipe, que lo acabará haciendo, de manera definitiva en todo el territorio de la Corona Española tras el fin de la Guerra de Sucesión, como Felipe V.

    Así pues, nos encontramos con un s. XVIII en el que en nuestro imperio reina un monarca de la dinastía que había sido la gran enemiga de España, la de los borbones franceses cuyos máximos empeños se habían dedicado a vituperar a España y a la monarquía de los Austrias que la regía. Se pergeña una política cultural e histórica encaminada a defenestrar los dos siglos anteriores de la historia hispana, cuyos monarcas Habsburgos la habían dirigido. Nadie puede hablar bien de esa historia pasada. Si alguien se atreve se debe atener a las consecuencias de, para empezar, quedar defenestrado social y políticamente. De hecho, durante prácticamente todo el siglo de “Las Luces” no hay ningún historiador español que escriba historia de España de los dos siglos anteriores. Acontece, así, una oficiosa damnatio memoriae. De buen seguro más de un historiador prefirió no escribir sobre aquel período austracista antes que tener que  hacerlo denostando nuestro glorioso pasado.

     El yermo historiográfico provocó que entraran a nuestra patria, a fines del s. XVIII, historias de España que se habían escrito allende nuestra frontera, concretamente en Francia e Inglaterra, que venían a ocupar el vacío dejado por nuestros intelectuales. Por un lado, las versiones francesas venían atestadas de pensamiento racionalista ilustrado que era contrario, por ello, a cualquier concepción metafísica y religiosa de la política y que, por esta razón, atacaba la España de los Austrias por “oscurantista”. Por otro lado, las versiones de los historiadores ingleses eran las propias escritas desde la óptica inglesa. Óptica que ensalzaba hasta el paroxismo sus victorias militares, presuntas o reales, frente a España y que ocultaba sus derrotas frente a nuestros ejércitos. Resulta sorprendente que esta última óptica, venida desde fuera, venida desde uno de nuestros enemigos históricos, se impusiera entonces en nuestro suelo patrio y perdurara hasta nuestros días. Parece inverosímil que se hable en los libros de texto de historia de nuestras diferentes etapas educativas de la “Armada Invencible” utilizando la burlesca denominación dada por los ingleses y explicando lo que sucedió según la versión inventada por ellos; versión que habla de una presunta victoria suya que no aconteció pues sólo dos navíos españoles fueron hundidos en combate, ya que el resto naufragó a causa de los terribles temporales. Parece inverosímil, asimismo, que nuestros libros de texto no hablen de que al año siguiente (1.589) de lo sucedido con La Grande y Felicísima Armada (la “Armada Invencible”) los ingleses sí que sufrieron un auténtico desastre al enviar una poderosa escuadra naval (La Contraarmada) para atacar Lisboa (con la intención de separar Portugal del Imperio Español) y, retirando su flota de aquella ciudad, acabar atacando una La Coruña que en condiciones de una inferioridad numérica total logró resistir heroicamente al ataque liderado por el pirata Francis Drake, que disponía de unas doscientas naves y más de 23.000 hombres. El balance inglés fue el ver como 40 de sus barcos resultaban hundidos y tenían que arrostrar con unos 15.000 muertos (de ellos unos 2.000 en combate). Cifras que hay que  contrastar con esos sólo 6 barcos y 1.500 hombres que en gesta simpar evitaron la caída de La Coruña.

     Hasta hace pocos años bien poquitos de nuestros compatriotas conocían de la defensa que el vasco Blas de Lezo y Olavarrieta hizo de Cartagena de Indias en 1.741.  Los libros de texto (¡ni aun en época de Franco!) no hablaban (ni hablan) de ella, pues seguían (y siguen) haciendo suya la historia de España que los ingleses habían empezado a escribir, como señalamos más arriba, desde fines del s. XVIII.  Desde la flota que comandaba el almirante inglés Vernon para el empeño de ocupar esa estratégica plaza no se vio otra tan numerosa hasta la del Desembarco de Normandía en 1.944. Poco más de 3.000 hombres (indígenas incluidos) se enfrentaron a unos 28.000 ingleses. Frente a 6 navíos españoles los ingleses disponían de 186 (de ellos 51 de guerra).  El fracaso de Vernon fue total y la Corona inglesa prohibió hablar de esta empresa; prohibición que increíblemente también hicimos (y hemos) hecho nuestra, damnatio memoriae mediante.

     Esta flagrante damnatio memoriae llegada hasta nuestros días ha visto como desde poco después del fallecimiento de Francisco Franco se fue cocinando otra que afecta al período franquista y que dejó el carácter oficioso de la que hemos narrado hasta ahora para adoptar un status oficial con la aprobación de la Ley de Memoria Histórica redactada bajo el gobierno del nefasto Rodríguez Zapatero y que será, más que seguro, ampliada con el actual del mentiroso convulsivo Pedro Sánchez.

      Tras el deceso del Caudillo se empezó a denigrar su gobernación, a demonizar su imagen, a atribuirle el papel de asesino sanguinario, de oscurantista, de defensor de los intereses del capital, de explotador del obrero, de haber combatido contra la “bondadosa” y “democrática” II República (cuando en realidad luchó contra estalinistas, anarquistas,  separatistas y masones infiltrados por casi todo el espectro político), de haber perseguido sin cuartel y sin matices a las -especialmente- lengua y culturas vasca, catalana y gallega,…

      La damnatio memoriae no afecta a la totalidad del pack del franquismo, pues no se deja de hablar de él si se habla mal, sino que afecta a los muchos logros del mismo, los cuales son arteramente silenciados. No se habla de su encomiable legislación social presente ya en El Fuero del Trabajo (1.938) o en El Fuero de los Españoles (1.945), no se habla de los admirables logros realizados entorno a la Seguridad Social (redes de hospitales y ambulatorios, seguros sociales,…), de la ingente construcción de pantanos y embalses, de los 4.000.000 de viviendas sociales construidas, de la erradicación del analfabetismo, de la construcción de Universidades, de Escuelas Laborales, de Institutos de Enseñanzas Medias, de escuelas públicas, de la industrialización de España hasta convertirla en potencia mundial, de los centenares de pueblos construidos bajo el Plan de Colonizaciones y de un larguísimo sinfín de logros que la sinrazón y el odio de la “intelectualidad” y de la clase política del Régimen del 78 han condenado al ostracismo en forma de un silencio y una pérfida ocultación que ha contado con armas como el de la abolitio nominis para que, así, borrando la autoría, no supiera el común de los anestesiados ciudadanos que estas viviendas sociales habían sido construidas bajo el mandato de El Generalísimo (arrancándose las placas del Ministerio de la Vivienda) o que aquellos pantanos habían sido inaugurados por Franco (sustrayéndose los rótulos del Ministerio de Obras Públicas de la época).

    La damnatio memoriae oficial que supone la Ley de Memoria Histórica no prohíbe mentar el franquismo, contrariamente a la prohibición de mencionar nada del defenestrado emperador romano, sino que lo que prohíbe es hablar bien del mismo, pues mal se puede, se alienta, se promueve, se divulga y además hasta se subvenciona …con nuestro dinero.

      NOTAS:

1. En contraposición a estas resoluciones senatoriales se hallaban las que determinaban que los rectos procederes de otros emperadores fenecidos habían sido dignos de elevarlos a la condición divina o, en otros casos no tan augustos, merecían oraciones a su honra o, como mínimo, el que la gens a la que pertenecían pudiera rendirles culto.

 2. El relato negrolegendario antiespañol se originó en tierras italianas, en repúblicas como la veneciana, con la intención de desprestigiar a la Corona de España que ya empezaba, a raíz de los triunfos de El Gran Capitán sobre los ejércitos franceses en el Reino de Nápoles, a enseñorearse de la península italiana. El dominio de El Milanesado atemorizó, entre otros, a unos venecianos que empezaron a verter ponzoña contra nuestro país, al que, entre otras lindezas, definían como el resultado de una supuesta bastardización con moros y judíos; a este respecto se puede leer nuestro “¿Medio moros, medio judíos?” (https://septentrionis.wordpress.com/2009/07/05/medio-moros-medio-judios/). El testigo de la Leyenda Negra fue tomado con avidez por los protestantes alemanes, que gracias a la imprenta creada por Gutenberg pudieron expandir sus libelos a gran escala e ilustrarlos con grabados macabros como los fantaseados por Theodor de Bry, por los holandeses, por los ingleses y, cómo no, por los franceses.

          Eduard Alcántara

          eduard_alcantara@hotmail.com